Si tuviera que elegir una palabra que defina la ciudad de Las Vegas, sinceramente creo que me quedaría esta: Vicio.
Allí todo (o casi todo) es artificial, desde los casinos hasta la gente. Todo son luces, máquinas tragaperras, ruletas, música, alcohol, chicas ligeras de ropa, espéctaculos de todo tipo, despedidas de solteros, y cualquier otra cosa que implique desfasar y gastar todo el dinero que lleves encima. La ciudad del pecado la llaman, y no me sorprende, es un eslogan que vende mucho, aunque para mi siempre será la ciudad del vicio.
Recorrimos el Strip, donde se concentran los hoteles más importantes de la ciudad, y acabamos en Freemont Street, donde han montado un espectáculo de música, luces y atracciones en plena calle que te deja con la boca abierta.
A lo largo y ancho de esta enorme ciudad inventada hace unas pocas décadas en mitad del desierto por la mafia encuentras hoteles temáticos inspirados en ciudades como el Venetian, que te transporta a la ciudad italiana de los canales, el París con su ambiente afrancesado o el New York con sus rascacielos; con espectáculos como el Bellagio y sus impresionantes fuentes que disparan chorros de agua a decenas de metros de altura al ritmo de la música; musicales como el Hard Rock; el Caesars Palace o el Luxor en los que te introduces en las antiguas civilizaciones Egipcia o Romana; y otros míticos como el Circus Circus, o el Four Queens.
Cada uno de estos hoteles cuenta con su respectivo casino lleno de lucecitas, sonidos, ruletas, cartas, señoritas más o menos atractivas sirviendo copas a diestro y siniestro, y decenas de personas que parecen estar pegadas a las sillas durante todo el día. Da igual que sea la hora de comer o altas horas de la madrugada, allí siempre hay un buen número de gente hipnotizada por esta industria de sacar dinero. Aunque mi sensación es que una vez has visto un casino los has visto todos.
Las Vegas es una ciudad peculiar, donde cualquier cosa que hayas visto en las películas se convierte en realidad. Te puedes casar disfrazado de Elvis y Marilyn, arruinarte en cualquiera de sus lujosos casinos, saltar al vacío desde una torre de 350 metros de altura, emborracharte en cada esquina, conocer cientos de personas que serán tus amigos por un rato y a los que nunca más verás, acabar en una fiesta loca, o recorrer calles y más calles llenas de tiendas de moda con descuentos. Hay planes para todos los gustos y públicos, menos para niños y gente que no lleve unos cuantos cientos de dólares encima.
Difícil fotografiar el alma de una ciudad sin alma. No tuve tiempo de conocerla a fondo, y no sé si regresaré, pero esto es lo que más me ha llamado la atención de los dos días que viví en Las Vegas, la ciudad del vicio.